Reese House Sagaponack, NY 1955 |
viernes, 17 de mayo de 2013
Casos de la Vida Real en Arquitectura
Anecdótica y "ligera aproximación" a la obra del arquitecto Andrew Geller.
Fernando Freire, arquitecto.
Regresando
al individualismo y las apreciaciones personales, lo que he aprendido en la
praxis es que hay “gusto para todo” y los clientes no saben de arquitectura y
no tienen por qué saber: ellos no estudiaron la carrera. La responsabilidad
está en el arquitecto que se deja llevar por temas comerciales y que finalmente
sucumben en un producto arquitectónico que desmerece a la profesión. En mi
caso, lo experimentado es un ejemplo anecdótico y no representan una realidad
universal, pero podrían servir como una simple analogía en "escala minúscula".
Por
ejemplo, alguna vez me pidieron proyectar una vivienda unifamiliar en una de
las playas de la costa norte del Perú, donde se disfruta de un clima templado todo el año, con temperaturas entre los 16 y 32 grados centígrados. El cliente me indicó, sin opción a otra
alternativa, que quería una casa con material noble (sistema aporticado de
concreto armado) con techos inclinados y con un “dulce” estilo similar a las
viviendas que adornan los Alpes Suizos. Con pendientes en los techos muy
pronunciadas (a la espera de una implacable nevada, suponía yo…). Además quería
una chimenea, para que le de calidad de hogar a su sala, la cual no requería de
ducto de humo, pues nunca la iba a prender (es que aquí hace calor todo el año,
me indicó). Y para que quiere un techo inclinado si nunca habrá nieve? Pregunté
y me respondió al instante: que es lo que siempre había soñado y por qué simplemente le
gustaba, añadiendo que también quería un gran pino en el jardín de ingreso, el cual
debería ser más alto que los techos de la vivienda (lo tenía todo friamente calculado). Adicionalmente, me indicó
que quería que contemple en el diseño temas de rusticidad y generar espacios
cálidos (claro, si hay mucho frío en los Alpes, nada como un espacio cálido??? Pensaba
en silencio).
Entendí
que el cliente no requería un producto que satisfaga sus necesidades de
vivienda, el cliente quería un producto arquitectónico que complazca sus
necesidades psicológicas y ello “estaba fuera de mi jurisdicción”. Generándose
una disyuntiva: Si proyectaba aquello que solicitaba el cliente, el que
terminaría en una terapia intensiva con un psicólogo sería yo.
Lamentablemente
no logré convencer al cliente de buscar otra solución arquitectónica y opté por
no seguir con el encargo.
Con
este ejemplo pretendo demostrar que a pesar de querer lograr una proyección
coherente y lógica, existen ocasiones que nos vemos obligados a tomar decisiones
drásticas para evitar una mala praxis. Lamentablemente hay profesionales que
por temas comerciales se prestan a este tipo de requerimientos y ello genera
como consecuencia la existencia de futuros clientes que sin un conocimiento
adecuado, soliciten proyectos irracionales que desmerecen la praxis de nuestra
profesión y ridiculizan nuestras ciudades.
Finalmente
y para concluir este artículo, creo que pudieron existir otras posibilidades, en las que podría haber logrado un
mejor manejo en la negociación con el cliente (aunque fue muy difícil cambiarle
alguna idea previamente concebida). Quizás si hubiera propuesto el uso de
madera como una alternativa, hubiese logrado una ligera aproximación a las Casas de Playa proyectadas por el arquitecto estadounidense Andrew
Michael Geller a mediados del siglo pasado. (Recomiendo revisar su obra).
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1 comentario:
¿Hasta qué punto puede llegar a aportar el cliente al proyecto? Ya que muchos llegan con una idea preconcebida en base a su subjetividad-como lo menciona en el artículo. Hay otros clientes que lo dejan todo el trabajo al arquitecto sin tener idea alguna de lo quiere hacer con el proyecto (como si existiera un prototipo universal que se "acomode" a sus necesidades) ¿Hasta dónde es su límite? ¿o tan solo es importante para el arquitecto: el programa arquitectónico o incluso los acabados? Saludos.
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