Tadao
Ando sentado en un sofá verde
EL PAÍS conversa con el
arquitecto japonés en la inauguración de su primera obra pública en
Latinoamérica, un monumental edificio de hormigón para la Universidad de
Monterrey.
PABLO DE LLANO Monterrey
(México) 1 MAY 2013.
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Centro Roberto Garza Sada, diseñado por Tadao Ando. U. DE MONTERREY |
El maestro Tadao Ando, 71 años, premio Pritzker de
arquitectura en 1995, se
acaba de sentar en un sofá
verde. En la sala hay un fotógrafo y una chica que está grabando el momento con
una cámara de vídeo. Tadao Ando se saca un peine del bolsillo y se peina el
flequillo. Su peinado es como si un huracán minúsculo le hubiese pasado al lado
de la oreja derecha y le hubiese planchado el flequillo en diagonal sobre la
frente.
1. EL ORDEN DE UN ARQUITECTO
–La primera pregunta es…
Tadao Ando corta al reportero mascullándole algo en japonés a su
traductora, también japonesa, y ella traduce lo que masculla el maestro.
–Dice que solo tenemos 15 minutos. ¿Por qué en vez de hacer primera
pregunta, segunda pregunta… no hace todo en una sola pregunta?
El periodista responde que preferiría ir pregunta por pregunta. Ella
traduce sobre la marcha y Ando vuelve a refunfuñar. La traductora, de nombre
Shinobu Saki, reitera sus órdenes.
–Quiere que haga las preguntas uno, dos, tres, cuatro todo seguido.
–Es que hay preguntas que no tienen nada que ver entre sí –dice el
periodista.
Ella traduce. Él escucha. Él masculla. Ella lo traduce de nuevo.
–No, no, no, sí te voy a contestar. ¿Me das las preguntas?
Y el periodista baja los brazos: “Ok”.
2. MONTERREY Y NOTRE DAMME
El miércoles pasado en Monterrey el día estuvo gris, frío y
con una lluvia fina a la que en México llaman mojapendejos. Tadao
Ando estaba en esta ciudad para inaugurar su primera obra pública en América
Latina, el Centro Roberto Garza Sada de Arte, Arquitectura y
Diseño, un monumental edificio de hormigón visto que ha diseñado para la
Universidad de Monterrey.
El periodista hace sus cuatro preguntas seguidas. Shinobu Saki termina
la traducción y el maestro Ando, vestido con un sencillo traje negro y con una
bufanda azul, comienza su monólogo.
-Primero, la arquitectura es un ser. Y es importante dónde va a vivir
esa arquitectura. No puedes separar la obra de su entorno. Cuando llegué por
primera vez a Monterrey lo primero que me llamó la atención fue un paisaje
donde se encontraban las colonias pobres, y junto a ellas montañas
impresionantes. ¿Qué es lo que voy a hacer en este medio ambiente? Un edificio
es algo que debe quedar como una imagen impresionante para los que construimos
y para las personas que viven en ese medio. Tiene que dar una esperanza a todos
esos actores participantes. En Francia tenemos la catedral de Notre
Damme y ese edificio fue construido en una época en la que alrededor de esa
catedral todo era pobreza. Lo que yo pensé era construir un edificio en el que
los estudiantes y todos los visitantes a este campus de la universidad, al
entrar, sintiesen una esperanza dentro de sí mismos. Doña Márgara pidió que
construyera algo que pudiera transmitir la esperanza a todos. Y ese mensaje fue
algo que me impulsó para construir esta obra.
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Tadao Ando, durante la entrevista en Monterrey. / J. C. AGUADO SNYDER |
3. DOÑA MÁRGARA
Margarita Garza Sada de Fernández es hija de Roberto Garza Sada, un
industrial fallecido en 1979 al que han dedicado el centro. Ella ha sido la
mecenas del edificio. Doña Márgara es una mujer mayor. Un día antes de la
inauguración nos recibe en el patio de entrada de su mansión colonial. Hay una
fuente con un chorrito de agua continuo que le da un sonido zen a la
conversación sobre Tadao Ando y su nuevo edificio. “Él no es muy platicador”,
dice cuando se le pregunta cómo es el arquitecto japonés. Ella tampoco es muy
habladora. No suele hablar con los medios. Dice que prefiere estar como ha
estado siempre: “En paz”. Al lado de la fuente hay unas preciosas gallinas
artesanales hechas de mimbre.
Tadao Ando aceptó el encargo de diseñar el centro en esta misma casa una
tarde del año 2007. “Vino a merendar”, recuerda doña Márgara. “Tomamos un
cafecito y unas galletas”. Cuando terminó la merienda, el arquitecto japonés se
fue al aeropuerto, se subió a un avión en dirección a Los Ángeles y
durante el vuelo dibujó el boceto del centro en una servilleta.
La señora Garza Sada no tiene nada más que contar de cómo consiguió que
Tadao Ando le hiciese el edificio. Durante la entrevista también habla de cómo
era Monterrey cuando era joven, y se alegra de recordar cómo en los años
cincuenta, ella y otras cinco o seis señoritas de la capital industrial de
México montaron una manifestación de “200.000 personas” que logró frenar un
proyecto educativo del Gobierno nacional que se conoció como el texto
único y que según ella tenía tendencias “comunistas”.
–¿Para usted que significaba el comunismo?
–Algo espantoso –dice Margarita Garza Sada de Fernández.
4. MONTAÑAS Y HORMIGÓN
El edificio es un voluminoso rectángulo gris en medio de un valle
rodeado de montañas. En la base hace una forma de tijera que deja un amplio
hueco de paso geométrico por debajo del edificio. Enfrente de la fachada
principal del edificio se ve el paisaje industrial de Monterrey. El cauce seco
de un río, fábricas, cables de alta tensión y al fondo una alfombra gris de
barrios populares al pie del cerro de las Mitras, una montaña de unos 2000
metros de altura con picos que recuerdan a las tocas puntiagudas de los
obispos.
Los montes son el mayor símbolo de identidad estética de Monterrey y de
su zona metropolitana, una conurbación de cuatro millones de habitantes con un
urbanismo en general mediocre. El Centro Roberto Garza Sada rompe de manera
aparatosa la banalidad industrial del lugar. “Es un gran edificio de
referencia”, opina Miquel Adrià, director de Arquine, la principal
revista de arquitectura en México. Entre los expertos, la carrera de Tadao Ando
se divide en una primera etapa de obras pequeñas y muy elogiadas (la
Casa Azuma, 1975, o la Capilla de la Luz, 1989) y una segunda, después de ganar
el Pritzker, de costosas obras monumentales (como el museo Fort Worth, 2002) a
las que la crítica le achaca una pérdida de control de la escala en beneficio
de la espectacularidad: un tema de debate del que ahora pasará a formar parte
el contundente edificio de Monterrey. Adrià considera que es un edificio de
calidad pero “desproporcionado”, un lujo en el sentido negativo, por exceso, y
también en el sentido positivo, por envergadura estética: “Es una obra
virtuosa, con un grado de contorsionismo espectacular [dice a propósito del
complejo hueco geométrico de paso] y con unos espacios interiores muy
ricos”. Agustín Landa, un reconocido arquitecto con base en Monterrey,
opina que Ando no ha conseguido hacer un edificio adaptado al entorno. “Es un
proyecto que podríamos poner en cualquier otro lado. No ha entendido el lugar”.
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Vista desde el interior del Centro Roberto Garza Sada. / U. DE MONTERREY |
5. ARQUITECTURA Y BOXEO
El periodista levanta el dedo índice como un alumno en el aula.
–Tengo una duda –dice, y espera a ver si el esquema de entrevista
marcado por Tadao Ando concede la posibilidad de la duda.
Shinobu Saki se lo transmite bajando la voz, con cierta aflicción, como
si hubiese sido ella la que ha interrumpido el discurso del maestro.
Él acepta con un gesto de cabeza afirmativo.
–Gracias –le dice el periodista. Harigato, le dice la
traductora-. No me queda claro cuál es para usted el vínculo del edificio con
el entorno.
Él responde.
–Más que vínculo, están integrados. Los ciudadanos de Monterrey admiran
al monte de las Mitras. Lo que deseo es que las personas que están en este
lugar vean por un lado un edificio artificial y por otro lado un paisaje
natural representado por las montañas, y que en ese momento se fusionen estas
dos imágenes que ven y que se cree una nueva esperanza dentro de sí mismos. En
todo el mundo actualmente la arquitectura es un negocio, construir y vender,
pero la arquitectura es mucho más que eso, es algo sagrado, no es negocio. Es
lo que yo pensaba para diseñar este edificio.
La última de las cuatro preguntas seguidas del periodista trataba de
saber qué relación hay entre un boxeador y un arquitecto minimalista. En su
juventud, Ando llegó a participar en campeonatos internacionales de boxeo.
–El boxeo es un deporte sagrado, porque es una lucha de los seres
humanos uno contra uno. En ese sentido, el arquitecto se enfrenta a la arquitectura
como un individuo con un ente. Y todos, por ejemplo los que hicieron esta viga,
los que hicieron el techo, o los que hicieron el piso, cada uno y todos
individualmente están enfrentándose con la obra y luchan contra ella. No fui yo
solo quien construyó este edificio. Es el resultado de muchas personas. Nadie
se rindió. Todos lucharon hasta el final para construirlo.
6. ALBAÑILES
El combate de los albañiles mexicanos con el vanguardista edificio del
arquitecto japonés tuvo momentos delicados y otros de risa. Hubo obreros que
abandonaron la obra porque los superó la presión de construir con una exactitud
milimétrica. “La manera mexicana de hacer las cosas es la rapidez, el ahí
se va”, explicaba a pocas horas de la inauguración Antonio Balderas,
jefe de albañiles, cargo que en México recibe el fantástico nombre
de mayordomo.
Una cosa que le costó comprender a los obreros fue que hubiese que dejar
pequeños huecos circulares en la superficie del hormigón. Los agujeros en el
hormigón visto son un sello de estilo de Tadao Ando, pero los albañiles no lo
sabían y hubo algunos que se lanzaron a rellenar los huecos para que el
edificio del premio Pritzker no quedase feo.
Hubo también soluciones ingeniosas en medio de la excelencia
constructiva. Normalmente los huecos en el hormigón los hacían con unos tapones
de plástico adecuados para tal fin, pero a veces no había tapones para todos, o
no estaban a mano, y los albañiles descubrieron que el resultado era el mismo
si se hacían los agujeros con tapones de refrescos.
La gente que ha trabajado con el arquitecto japonés en sus contadas y
breves visitas de obra a Monterrey dice que normalmente estaba serio, pero que
cada vez que iba había un momento especial en que pedía que se reuniese a los
obreros locales para hacerse una foto con ellos. Entonces, con un casco de obra
sobre su esmerado peinado transversal, rodeado de albañiles, Tadao Ando sonreía.
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