“La arquitectura moderna no es un estilo, sino una forma de vida”.
Marcel Breuer.

sábado, 11 de octubre de 2008

LA DESHUMANIZACIÓN DEL ARTE. José Ortega y Gasset, 1925.

Articulo elaborado por Logopita: http://la2revelacion.com/?p=141
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Decía Mallarmé que la poesía está hecha con palabras, no con ideas ni con pensamientos. A finales del siglo XIX y, sobre todo, a principios del siglo XX jóvenes artistas reaccionan en contra de la realidad, empiezan a crear algo nuevo, sin ninguna conexión con el pasado. Ortega, como buen filósofo, reflexionó acerca de ello y acuñó este término tan adecuado (para el movimiento y para su propia filosofía), “la deshumanización del arte”. Y lo hizo bajo el punto de vista de su particular dicotomía.

Ortega, como buen filósofo, ya lo dije, siempre fue bastante curioso y se hacía frecuentes preguntas acerca de lo que le rodeaba, preguntas a las que intentaba dar respuesta con su pensamiento y de la manera más racional e inteligente posible. La originalidad de este autor no radica tanto en su postura (heredera de una tradición germana de pensadores), sino la manera en que la amplió y lo que se adelantó en el tiempo a una sociedad que se iría configurando como él se la imaginaba: la llamada vertebración-invertebración. Lo cual suponía una paradoja, pero ese no es asunto de este artículo. Se hable de la manera en que se hable de él en estas líneas, siempre parecerá una visión simplista, pues su complejidad requeriría un tratamiento y una lectura mucho más profunda.

Vayamos, pues, al meollo del asunto. A una de las cosas que hay que atender es a la dicotomía propia de Ortega, no exenta de cierto maniqueísmo. En esta relación de cosas, habla de lo que se puede entender como “sensibilidad artística” y “sensibilidad humana”, distintas en esencia y confrontadas. Pongamos por caso el ejemplo gráfico que él mismo propone: fuera, tras el vidrio, se dispone un jardín. Si empleamos nuestra visión en contemplar la realidad del jardín no veremos el vidrio. Si, por el contrario, detenemos nuestra mirada en éste, no veremos con claridad la floresta. Pues bien, en un cuadro, como paradigma, podemos detener nuestra mirada en el aspecto formal, en la pincelada, en las veladuras y en las metáforas que siempre, sin duda, ocultan la realidad. O podemos obviar esas cosas, y tan sólo disfrutar del sentido y de la realidad de esa obra pictórica. Poder estético, en suma, que a ojos de Ortega es opuesto a la realidad, ya que estilizar es deformar lo real. Luego a mayor estilización mayor deshumanización. El camino del artista ha de ser la “voluntad de estilo”, léase como el dominio estético de cambiar la realidad.
El realismo, a juicio de Ortega, es propio del pueblo, vulgar y plebeyo; propio de las masas. Jamás en la Historia del Arte, añade, se buscó el realismo como en el arte decimonónico, con su naturalismo que huye del más elemental ornato y estilo para mostrar la realidad, y con su romanticismo, propio del autor que imprime sus pasiones humanas y fundamenta su arte en este sentimiento, haciéndose fácilmente entendible por todos a causa de su patetismo, sentimiento y drama. Por lo cual, concluye, el arte decimonónico es una monstruosidad.

Esto le da pie para hablar a su vez de arte impopular, diferenciándolo de no popular. Éste último puede llegar a calar en las masas, ya que no genera desprecio en las mismas; es innovador, por lo cual tardará un tiempo en “democratizarse”, pero es entendible. El impopular, sin embargo, goza del repudio del vulgo, y es repudiado porque no se comprende. Esto genera en el espectador un sentimiento de antipatía profundo, parecido al de “si no lo entiendo yo, no lo entiende nadie”. Esta persona no quiere ni pensar en que quizá si pueda ser comprensible, y la mera posibilidad de que él no lo pueda entender le produce escalofríos.

Interesantes son también sus reflexiones acerca de la objetivación de la obra de arte: vamos del mundo a la mente, dice, y no de la mente al mundo. Eso, efectivamente, es dar plasticidad, crear estética. La idea es el objeto, no el instrumento para llegar al objeto, lo cual es lo “humano”. No caben, pues –y es un juicio personal-, subjetivaciones a la hora de contemplar una obra de arte. Porque lo que se contempla ha de ser, a la fuerza, algo tan unívoco como la intención del artista. La única manera que éste tiene de no ser derrotado es pintar “su idea” de lo que representará. De esta forma lo que pinte siempre será verdad, se ha renunciado a pintar la realidad, se ha convertido en lo que es en esencia: un cuadro, pura irrealidad.

Dejo algunos fragmentos jugosos del libro, que para explicarse ¿quién mejor que el propio Ortega?
“A mi juicio, lo característico del arte nuevo -desde el punto de vista sociológico- es que divide al publico en estas dos clases de hombres: los que entienden y los que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros; que son dos variedades distintas de la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va desde luego dirigido a una minoría especialmente dotada. Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad que necesita compensar mediante la indignada afirmación de si mismo frente a la obra. El arte joven, con solo presentarse, obliga al buen burgués a sentirse tal y como es: buen burgués, ente incapaz de sacramentos artísticos, ciego y sordo a toda belleza pura.”

“Sin prejuicios no cabe formarse juicios. En los prejuicios, y sólo en ellos, hallamos los elementos para juzgar. Lógica, ética y estética son literalmente tres prejuicios […] Sin esta condensación tradicional de prejuicios no hay cultura”

“¿Dónde acaba la copia y empieza la verdadera pintura? ¿No pondremos sobre quien nos pinte cosas a aquel que nos pinte un cuadro?”

“La metáfora escamotea un objeto enmascarándolo con otro, y no tendría sentido si no viéramos bajo ella un instinto que induce al hombre a evitar realidades.”

Acerca del Romanticismo:
“En vez de gozar del objeto artístico, el sujeto goza de sí mismo; la obra ha sido sólo la causa y el alcohol de su placer. Y esto acontecerá siempre que se haga consistir radicalmente el arte en una exposición de realidades vividas. Estas, sin remedio, nos sobrecogen, suscitan en nosotros una participación sentimental que impide contemplarlas en su pureza objetiva.”

1 comentario:

LuisDC dijo...

DOCTOR DE DOCTORES!

que fenomeno! no hay mas palabras que eso, QUE FENOMENO!